domingo, 23 de noviembre de 2008

Tensos momentos de mi sofisticada vida

Encontrábame disfrutando de una plácida estadía en New York -por fin había escapado por un rato de las vicisitudes de mi tierra natal- cuando recibí inesperadamente un correo electrónico que daba aviso de una entrevista que cierta radiodifusora mexicana necesitaba hacerme a la brevedad.
Llamó a mi hotel la gente de Conaculta y pronto me comunicaron con la entrevistadora. Cabe mencionar que tuve que recibir la llamada telefónica en la húmeda recepción a las ocho de la noche, justa hora en la que apareció un numeroso comité de orientales que saturó el recinto con sus humores y su desbordado vocerío.
Dejé a un lado mi martini al escuchar a la mujer que se presentó con un nombre cualquiera que segundos después quedó borrado de mi memoria. No podía entender con claridad lo que me decía, en parte por los orientales y su desesperación por entenderse con los empleados del hotel, y en parte por una extraña interferencia que horas después interpreté como un intento de la CIA por espiar la conversación.
La entrevista pronto dio inicio, pronuncié una rápida disertación sobre el quehacer de los dramaturgos mexicanos de mitad del siglo XX, sus más lejanas influencias y sus casi generalizados fracasos. La comunicación se entrecortaba, la recepción del hotel se seguía llenando, un oriental confundido tropezó ligeramente con su maleta y tiró la copa que segundos antes había apurado para menguar mi incipiente sofocación. No lo volteé a ver, tan solo cubrí con un ligero ademán mi oido derecho.
- No la escucho señorita, suba usted el volumen, le repetía constantemente, -Me temo que no escuché esa última parte de su pregunta- etc.
La nulidad del manejo del tema de mi entrevistadora me tenía consternado, confundía nombres, fechas, lugares. - Después de todo ha de ser una egresada de Comunicaciones de la UNAM, pensaba. -Pobre gente esa que estudia semejante carrera.
Excuse me Sr. We need to use the phone. Excuse me Sr... Sr! Me decía la recepcionista latina mientras daba golpecitos en la mesa. La ignoré en la totalidad de la palabra.
Minutos más tarde di por terminada la entrevista y salí furioso del lugar a respirar aire fresco a la calle de Amsterdam. Mi pañoleta estaba empapada en sudor y supuraba un fétido olor a oriental. La tiré a los pies del mozo de la entrada y regresé a mi habitación.

Nunca supe qué fue de la entrevista. Si alguno la escuchó, por favor, olvídela.



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1 comentario:

Mujer perdida en un estado interno de ebriedad dijo...

Esto es tan
tan
neoyorkino
quisiera tener una vida así de interesante o_o